La pionera de Villa Hadita

Durante dos décadas, Amanda Pírez recurrió una y otra vez a políticos y negoció con empresarios en busca de mejoras para su localidad de Canelones, que carecía de servicios esenciales cuando ella se mudó a la zona

La pionera de Villa Hadita

María Amanda Pírez vivió en Rivera, en Montevideo y en Buenos Aires, pero al final de sus días decía con empeño que de Villa Hadita la sacarían con los pies para adelante. Aunque murió en 2017, su casa de chapa sigue en pie en la localidad del municipio Joaquín Suárez (Canelones) en la que residen 235 personas y está compuesta por tres calles paralelas que cruzan la principal, Santo Domingo.

Villa Hadita es una comunidad tranquila, con vecinos que recorren los caminos de tierra, perros que ladran desde los jardines y curiosos que se asoman al ver a una persona extraña paseándose por la localidad.

Frente a la vivienda de Amanda, ubicada en Santo Domingo y Amazonas, se erige una parada de Copsa, constante recuerdo de uno de los servicios que la anciana logró para la comunidad. Pero ese no es el único símbolo de su lucha por el pueblo: la plaza al final de la calle principal, el agua que sale por las canillas y los focos de las calles atestiguan su empuje arrollador.

“Tenías que ver lo que era Amanda. Era un taponcito. Era petisita, gorda y andaba con los pasitos cortitos, porque tenía problemas para caminar. Pero era amorosa. Llegabas y te daba todo. Lo poco que tenía te lo ponía todo a disposición”, asegura Agustín Umpiérrez, uno de los tantos choferes de Copsa que paraban habitualmente en Villa Hadita y la visitaban. “Todos la conocían en el pueblo, la vieja era la que se movía para todo: para la luz, para que le pusieran los caminos, todo”, añade.

Los habitantes de Villa Hadita, al ser consultados por Amanda, repiten alguna variable de esto último: la anciana fue la que se puso la localidad al hombro y logró sacarla adelante. Y lo hizo pese a tener una vida llena de complicaciones y haber llegado cuando la situación de Villa Hadita era inhóspita.

Hombre camina por la calle Santo Domingo, Villa Hadita.

Hombre camina por la calle Santo Domingo, Villa Hadita

Un regalo y una promesa

La inusual sucesión de eventos que la llevó a vivir en la localidad fue en parte lo que la empujó a esforzarse por un futuro mejor para Villa Hadita durante más de dos décadas. Amanda nació en Minas de Corrales (Rivera) en 1935. No tuvo hijos, pero sí un sobrino, Ramón López, al que quería como si fuera su descendencia directa. La esposa de Ramón, Mariela Martínez, asegura que la tía heredó su determinación y capacidad de moverse por las esferas políticas de su abuelo, que era juez de paz.

En su juventud, Amanda se mudó a Montevideo y comenzó a trabajar como asistente de un médico. Fue en la capital que conoció a Alberto Rodríguez, que trabajaba como chofer en Come y “fue el amor de su vida”, afirma Mariela.

Amanda y Alberto se casaron y se mudaron a Buenos Aires para probar suerte. En la capital porteña abrieron una parrillada, pero un socio los estafó, según cuenta su sobrina política. Entonces, en los 80, casi sin dinero y con más de 40 años, regresaron a Montevideo y se dedicaron a trabajar de porteros en la torre Si-Si, un edificio de Cordón, en 18 de Julio y Vázquez. “Controlaba piso por piso, lo amaba como si fuera suyo”, recuerda Carlos, que vive en la torre Si-Si desde que la pareja comenzó a trabajar allí y pidió ser identificado como “amigo de Amanda”.

Mariela señala que en esa época un hombre apellidado Colello murió en el edificio. “Amanda y Alberto siempre le llevaban el diario y cuando fueron un día, él no abría la puerta. Amanda la abrió y lo encontró tirado. Llamó a la coronaria, lo restablecieron y después el hombre falleció”, señala. También añade que la esposa del vecino que murió estaba en Argentina, por el nacimiento de su nieta.

“Amanda se encargó de todo hasta que vino la familia. Lo enterraron al hombre y todo, y después la familia viajó para acá”, describe. “Cuando llegaron, la esposa de Colello le dijo a Amanda: ‘Le voy a hacer un regalo’. La llevaron en auto hasta Villa Hadita, y (ella) le dijo: ‘Usted elija lo que quiera. ¿Quiere una manzana entera? Le damos una manzana entera’”, rememora Mariela.

Amanda eligió dos terrenos: uno que ocupaba una esquina, para Alberto y ella, y otro contiguo, con tamaño de sobra para una casa y un jardín, para Mariela y Ramón.

En esa época, en la localidad había menos de la mitad de la población que ahora, y los terrenos estaban cubiertos por pasto y árboles frutales. Los habitantes no tenían acceso a agua corriente, las calles estaban rotas y por cualquier necesidad debían trasladarse caminando o en auto hasta poblados cercanos.

“La señora Colello le había dejado las tierras con la condición de que ella armara el barrio”, cuenta Natalia Ramos, una vecina que era cercana a Amanda.

Según la sobrina política de Amanda, “ella decía: ‘Yo no sé si la gente va a querer venir a vivir acá o no’”. Mariela explica que la idea de Colello era que Villa Hadita mejorara sus condiciones para que se pudiera poblar, dado que hasta entonces era “como una tierra salvaje”.

Carlos recuerda que Amanda siempre había sido servicial, como lo demostraba día a día en su trabajo en Cordón. Pero fue con su mudanza a Villa Hadita que ese espíritu afloró todavía más y la llevó a impulsar cambios que dejaron una marca que prevalece hasta hoy en la localidad.

Carteles de calles Santo Domingo y Amazonas, esquina en la que vivía Amanda.

Carteles de calles Santo Domingo y Amazonas, esquina en la que vivía Amanda

“Ayúdenos, no nos abandone”

“Ella no ejercía política, pero en el barrio se la conocía como la Política, o la Vieja Política. Si tenía que entrar al Palacio Legislativo, iba y entraba”, afirma Natalia. Amanda hablaba con intendentes y alcaldes en busca de mejoras para Villa Hadita, y si no conseguía las respuestas que necesitaba, se aseguraba de que el asunto escalara incluso hasta la Presidencia de la República.

En 1987, poco después de instalarse en la localidad, Amanda estaba determinada a conseguir que arreglaran las calles. El intendente de Canelones de ese momento era Tabaré Hackenbruch, por lo que Amanda, junto con un grupo de vecinos, pidió una reunión con él.

En la oficina del jerarca canario “se escuchaban conversaciones en tono fuerte hasta que Amanda dijo ‘basta’, pegando un puñetazo en el escritorio del intendente, y le dijo a sus vecinos: ‘Vamos a la casa de gobierno y hablaremos con el presidente’”, relata Leandro D’Andrea, secretario de la Junta Local de Joaquín Suárez entre 2005 y 2010 y posterior alcalde del mismo municipio (2010-2015), quien asegura haber escuchado la historia de boca de Amanda.

Luego del encuentro tenso con el intendente, la mujer estaba segura de que conseguiría verse cara a cara con el entonces presidente Julio María Sanguinetti, dado que tenía contactos en el Partido Colorado, según le dijo al exalcalde.

Los vecinos probaron cuatro veces ser recibidos por Sanguinetti, y en el quinto intento lo consiguieron.

Luego del encuentro, “Amanda fue nuevamente a Canelones con una tarjeta del presidente, y la atendió de nuevo Hackenbruch. A los pocos días fue la cuadrilla de obras” a Villa Hadita, asegura D’Andrea.

Más de 30 años después de la reunión con la que Amanda comenzó su movimiento por Villa Hadita, Sanguinetti tiene un “recuerdo vago” del encuentro, aunque su remembranza de la mujer es “clara”, así como su seguridad de “haber apoyado su gestión”.

Si bien varias autoridades se acuerdan de la lucha de Amanda, algunos la olvidan por el paso de los años o tienen un recuerdo difuso, que no saben si atribuirle a ella o a otra persona de las tantas que vieron durante sus gestiones. Esto ocurre en el caso de OSE. En 1997, el ente llevó el agua a las viviendas de Villa Hadita y los vecinos le atribuyen el logro a Amanda y a los trámites que hizo con la empresa estatal. Ariel Moller, director de OSE durante ese período, no recuerda todas las instancias en las que habló con los vecinos, pero sí afirma que en una visita a una localidad en la zona de Villa Hadita se encontró con un pasacalles que tenía el dibujo de un cactus y la leyenda: “Hace 32 años que estamos esperando el agua”, un grupo de vecinos y una mujer que le “impuso la situación que estaban viviendo”.

La batalla de Amanda por una mejor calidad de vida para su comunidad también llegó a UTE, en un ida y vuelta que implicó varios años de cartas, resoluciones y pedidos.

El primer documento disponible de la negociación es una carta mecanografiada que Amanda envió en enero del 2002 al entonces presidente de UTE, Ricardo Scaglia. En el escrito, la mujer indicó que actuaba en representación de los habitantes de Villa Hadita y le pidió a Scaglia que les brindaran “una solución con el alumbrado de las calles”. También aseguró que ya se lo habían pedido a la Intendencia de Canelones, pero que les comunicaron que “los faroles corrían por cuenta de Villa Hadita”.

“Conocedora de la ayuda que usted ha prestado a otras villas, después de haberlo oído en varias oportunidades, y teniendo en cuenta que nuestra villa no cuenta con medios económicos suficientes para tal compra, es que me atrevo a solicitarle por los menos diez focos de luz, lo cual alumbraría la oscuridad de nuestras calles”, pidió Amanda.

Con respecto a la solicitud elevada a la comuna canaria, en junio de ese año Hackenbruch le comunicó mediante una carta al presidente de UTE que la intendencia tomaría “a su cargo el consumo eléctrico generado por la instalación del servicio” en la localidad.

Seis meses después del pedido de Amanda, otras dos vecinas solicitaron al vicepresidente de UTE, Jaime Pienica, doce columnas para instalar los focos que, afirmaron, ya habían sido concedidos a Villa Hadita. Un día después, UTE resolvió donar las doce columnas. En octubre, se dispuso el envío de columnas en desuso hacia la localidad. Sin embargo, un año y medio después, en abril de 2004, Amanda le envió una carta de puño y letra a Scaglia: “Agradecemos Sr. su infinita bondad por las columnas recibidas, pero debido a que son muy largas necesitamos que las corten o que las cambien por columnas de siete metros con 50”. “Apelamos a su bondad nuevamente porque nuestra situación es desesperante, ya que Canelones nos ayuda poco y nada. Nos han donado los materiales para asegurar las columnas y vemos que se nos echa a perder al portland y no se colocan esas columnas. Así que por favor, Sr., ayúdenos”, indicó.

Luego de escribir “con cariño”, su firma y número de teléfono, expresó una última petición: “Sr., no nos abandone. Gracias”.

En mayo, Scaglia aprobó una resolución para el recorte de las columnas donadas, a partir de la solicitud de Amanda. En diciembre de 2004, Amanda firmó un documento que certificaba la recepción de materiales para la instalación eléctrica en Villa Hadita.

Recién tres años después, en 2007, las luces se encendieron en las calles de la localidad. El evento se celebró como un triunfo. Los vecinos llevaron torta y Amanda habló a su pueblo con un micrófono de la comuna entre globos de colores, con la presencia del secretario de Junta D’Andrea y el nuevo intendente de Canelones, Marcos Carámbula.

Amanda en evento con vecinos en inauguración de alumbrado público.

Amanda en evento con vecinos en inauguración de alumbrado público

Amanda junto a Marcos Carámbula en inauguración de alumbrado público.

Amanda junto a Marcos Carámbula en inauguración de alumbrado público

Viajes a Copsa y reuniones de jardín

D’Andrea, que además de ocupar distintos puestos políticos en Joaquín Suárez vivió en el municipio toda su vida, tiene varios recuerdos vívidos de Amanda.

La primera vez que el exalcalde conoció a Amanda fue al inicio de su primer período en el gobierno canario, cuando ella se le presentó con las necesidades del barrio. “Cuando vos tenés una referente, como en este caso Amanda, es un lujo, porque te explica todos los problemas que tiene y por lo que está luchando. ‘Hay un vecino que tiene un hijo enfermo, hay que llevarlo dos veces por semana al Hospital Pereira Rossell y la madre no tiene plata, y no tiene esto…’, y arreglaba, y alguien lo llevaba. Ella era así, no hacía nada para ella, no pedía nada para ella”, indica D’Andrea.

Con simpatía, cuenta que Amanda lo “atormentó”, y que en la Junta le habían advertido que “esa doña” era “muy pesada”. “Y sí, te atomizaba porque quería todo para mañana. Yo le iba explicando, la iba llevando, y como la escuchaba y le iba respondiendo -con lo poco que teníamos- ella se iba tranquila”, señala.

Luego de conocerla, D’Andrea cuenta que la llevó a visitar a Carámbula. A partir de entonces, Amanda comenzó a acudir al jerarca municipal con frecuencia. “Era una mujer muy solidaria y siempre pedía servicio para la comunidad, era su gran virtud”, recuerda el exintendente. “Alumbrado, mejoras en las calles, la recolección de residuos o servicios de salud… Era una mujer muy comprometida con el vecindario, nunca pedía nada para ella, siempre para la comunidad”, destaca.

“Yo recorría mucho los barrios, y cuando iba ella estaba siempre con los vecinos y ahí nos reunimos, me criticaba las cosas que no se habían hecho, qué faltaba. Venía siempre con una listita”, cuenta Carámbula.

Liliana Olivera, una vecina de la localidad, participó en muchas de esas reuniones, que por lo general tenían lugar en el espacioso jardín de Amanda, rodeado de árboles frutales y sin cercos que lo separaran de la calle. Los encuentros transcurrían entre refrescos y alguna torta, y los múltiples reclamos de Amanda.

“Las reuniones eran siempre muy francas, no eran de aplausos”, destaca el exintendente. “Ella era de decir: ‘Bueno, está todo bien, intendente, pero acá falta tal cosa, falta tal otra’. Siempre fue muy frontal, muy afectuosa, pero no dejaba de decir las cosas que pensaba”, manifiesta el exjerarca.

Además de su contacto con la política, Amanda tenía la determinación como recurso, así como la disposición de ofrecer ayuda y críticas constructivas a quien se lo pidiera. Eso fue lo que ocurrió con Copsa.

Hasta el 2005, los habitantes de Villa Hadita tenían que ir hasta Joaquín Suárez o Empalme del Sauce (15 minutos a pie), para tomarse un ómnibus. Javier Cardoso, actual gerente general de Copsa y gerente financiero en ese momento, dice que Amanda “fue la que hizo que de Joaquín Suárez se extendiera la línea, o por lo menos algunos turnos llegaran a Villa Hadita”.

Ricardo Villar, actual jefe de Recursos Humanos de la empresa y jefe de Tránsito en 2005, explica que “la demanda era llegar hasta el Empalme porque desde Suárez hasta ahí vive mucha gente y hay una escuela. ¿Por qué Villa Hadita? Porque también comunicaba el otro polo de gente, en esa rotonda, cuando agarrás por ruta 7, es la próxima localidad chiquitita que hay”.

Amanda tuvo una incidencia fundamental en ese cálculo de ruta. “Ella fue la voz genuina que dijo: ‘¿Por qué si llegan hasta acá, no vienen hasta acá, que yo les doy baño, les doy agua o les doy una manzana?’”, indica Villar.

A través de los años, Amanda cumplió con su palabra.

Eran las 5:15 de la mañana del año en que comenzaron las gestiones para extender la línea. Sylvia Novelia dormía en su casa que da a Santo Domingo cuando escuchó aplausos y gritos de “aleluya”. Se levantó de la cama sorprendida y miró por la ventana hacia la esquina. Allí, frente al terreno donde 16 años después se construiría la plaza, vio a Amanda celebrando en medio de la oscuridad la llegada del primer ómnibus.

Desde ese momento, la casa de Amanda operó como una terminal no oficial de Copsa, sin recibir dinero de la empresa y sin tener un cargo puntual. Su sobrino Ramón construyó un baño para los choferes al lado de la casa de la anciana, y ella instaló una larga manguera para que los trabajadores pudieran lavar los coches. Los ómnibus estacionaban dentro del jardín de Amanda, y ella recibía a los conductores en su vivienda.

“Cuando tenía espera le llegaba gritando: ‘Vieja loca, abrime la puerta’. Me abría y me decía: ‘¿Adónde vas, Agustincito?’, y yo: ‘Vine a darte un beso que me voy’”, relata con cariño uno de los choferes que le tenía más afecto.

“Llegabas y te ofrecía la Pepsi que tenía al lado de la cama, limones, tangerinas, naranjas de sus árboles frutales, un cacho de pan viejo”, destaca Fabián Caballero, también conductor.

Amanda hablaba con gerentes y directores de la empresa en la sede de Copsa de Montevideo dos o tres veces al año, recuerda Villar. “Siempre se la atendió con mucho respeto y con mucho cariño, porque lo inspiraba, y aparte sabíamos la mano que estaba dando a los choferes en la calle, que era para nosotros muy importante”, destaca. Amanda se abría paso por la sede de Copsa y hablaba con distintos jerarcas para dar sugerencias sobre las líneas y posibles cambios de horarios.

Parada de ómnibus frente al antiguo terreno de Amanda.

Parada de ómnibus frente al antiguo terreno de Amanda

Mano firme

La tenacidad que Amanda utilizaba para conseguir mejoras para Villa Hadita era la característica que también la llevaba a tener encontronazos con algunos vecinos.

Liliana destaca la generosidad y empuje de Amanda, pero también dice que “era la dueña del barrio, quería mandar a todos, en tu casa y en la de ella”. En este sentido, la vecina manifiesta que la anciana “un día te abrazaba y al otro día te llamaba a la Policía”.

Incluso llamó a los efectivos “varias veces” para que fueran a la casa de Liliana. “Le molestaba que mi hijo anduviera en la calle con el triciclo”, asegura.

Para Natalia, Amanda “hacía cosas buenas, pero era autoritaria. Por ejemplo, si había perros en la calle se enojaba, amenazaba con una denuncia porque quería que tuvieran a los perros atados o con un cerco. También se ponía mal cuando jugaban niños en la calle, por si pasaba un ómnibus y le rompían un vidrio con un pelotazo”.

Amanda también llamaba a la Policía por reclamos más serios. Su sobrina política expresa que la tía denunció a un señor que vivía en la esquina, que “quemaba gomas para sacar el cobre para venderlo y traía contrabando”.

También recuerda que “había algunos militares jóvenes” que “traían mujeres, se emborrachaban, levantaban los equipos de música a todo trapo, pasaban a las horas que la gente tiene que descansar con las motos a todo vapor”.

“Ella no le bajó la guardia a nadie”, resalta Natalia.

Un hogar de ancianos y una plaza

Amanda era ágil y no cedía terreno, pero por el 2007 las cosas cambiaron, con la muerte de su esposo. La salud de Alberto venía en declive desde hacía tiempo por la diabetes. Cuando ya no podía caminar, Amanda lo llevaba en un carrito que arrastraba por un kilómetro hasta Empalme del Sauce, para hacer los mandados juntos. Los vecinos aún la recuerdan poniendo una silla sobre el suelo de madera del improvisado vehículo de fierro de dos ruedas, y ayudando a Alberto a sentarse allí. Luego, la anciana cinchaba con los brazos del carrito por las calles.

“Me decía: ‘Cuando yo me muera, me sentás en la parte de atrás del auto, bien acomodadita y me llevás a los campos que eran de mi abuelo, y no me entierres’. Quería que hiciera como los indios, una tarima, ponerla ahí, y prenderla fuego. Le dije: ‘Pero Amanda, voy en cana. Los muertos van al hoyo’”, relata Carlos.

Su vecina Liliana describe que “cuando murió Alberto ella cayó en depresión”. En sus últimos años, tras el fallecimiento de su esposo, Amanda pasaba postrada en cama. Los choferes de Copsa organizaron una rifa dentro de la empresa y le consiguieron una silla de ruedas usada, pero como su casa tenía suelos de tierra le era difícil utilizarla. Ante el problema, un grupo de conductores se juntaron y colocaron hormigón en el piso.

Cuando Amanda no podía valerse por sí misma, los choferes se aseguraban de que tuviera todo lo que necesitaba. Agustín llegaba de un viaje y le lavaba el pelo. Fabián, a su vez, cuenta que a él no le importaba el horario, iba a visitar a la Vieja, “la levantaba, la ponía en la silla de ruedas y la acompañaba hasta el baño, aunque saliera 15 minutos atrasados”.

La dificultad de la anciana para movilizarse le acarreó diversas dificultades. Cuando Amanda intentaba moverse, muchas veces se caía y no tenía a nadie cerca para levantarla. Por eso, desde el piso golpeaba con el bastón las paredes y la puerta de su casa, hasta que algún vecino la escuchaba y la iba a ayudar. La falta de autonomía dio paso a problemas incluso más grandes, como los robos.

Si bien algunos choferes le llevaban ropa y Amanda recibía el dinero de su jubilación, la sobrina política afirma que delincuentes entraban a su casa en las noches. “Cuando iba no había nada porque (los ladrones) se lo habían llevado todo, lo que quedaba era lo que estaba en ruinas. (Cuando la visitaba) venía llorando de rabia en el ómnibus muchas veces”, asegura Mariela.

Casa de Amanda.

Casa de Amanda

Otra odisea era cobrar la jubilación, pero Amanda tenía sus estrategias. Durante un tiempo, llamaba a un taxi de Joaquín Suárez, que iba hasta el Abitab a cobrarle la prestación, se dirigía a Villa Hadita para que ella firmara el recibo, regresaba al servicio de cobranzas para buscar el dinero y se lo volvía a llevar. En otras ocasiones, inspectores de Copsa le hacían el trámite.

La solución definitiva se presentó cuando Amanda le dio un poder para cobrar la jubilación a su vecina Natalia. La anciana recurrió a la misma vecina un día que delincuentes entraron a su casa y la golpearon. Asustada, Amanda le dijo a Natalia que quería ir a un hogar de ancianos, y ella la llevó a uno de San Jacinto.

La jubilación cubrió los gastos de su estadía allí, pero por las dudas varios choferes de Copsa habían acordado que, si necesitaba dinero, todos iban a aportar y así pagarle el hogar. Amanda estaba limpia, con las uñas pintadas y finalmente en paz tras años de sufrimiento, cuando poco después de ingresar al establecimiento murió de un infarto.

De todas formas, su recuerdo y lo que logró con insistencia y palabras aún late fuerte en Villa Hadita, pese a que ahora hay una cerca donde antes los choferes de Copsa estacionaban y su vivienda, convertida hoy en depósito, apenas se percibe detrás de una gran casa blanca. Cuando Amanda murió, una sobrina nieta se quedó con el terreno y construyó un nuevo hogar.

Los conductores ya no tienen acceso al baño, a la manguera o a una conversación con su querida Vieja. Atrás quedaron las reuniones con políticos, las cartas escritas a mano y las tortas en el jardín. En el terreno contiguo vive Matías, hijo de Ramón y Mariela, allí donde sus padres esperaban envejecer junto a Amanda y Alberto. Próximo a tantas construcciones y novedad, la vivienda de Amanda pasa casi desapercibida al ojo inatento. Su sobrina nieta agrandó las puertas de lo que antes era su casa, y ella y su pareja lo usan como depósito y garaje.

Casa de Amanda junto a la de su sobrina nieta.

Casa de Amanda junto a la de su sobrina nieta

Pero si se continúa caminando por Santo Domingo, se llega a una plaza. Amanda había intentado varias veces conseguir esa obra a través de la intendencia y del municipio, pero el tiempo no le permitió terminar el proyecto. Sin embargo, Liliana decidió concluir lo que ya había comenzado. La vecina juntó firmas y la Junta de Joaquín Suárez aprobó la construcción. En 2021, Carlos Naleiro, actual alcalde del municipio, convocó a los vecinos para que votaran un nombre para la plaza. La decisión fue unánime.

El espacio se inauguró en diciembre de ese año y hoy en día Liliana, que parece haber tomado la posta de Amanda, ya piensa en varios arreglos que quiere hacerle y proyecta un nuevo cambio para Villa Hadita: asfaltar Santo Domingo.

Por ahora, sin embargo, se contenta con la plaza en la que ahora paran los ómnibus cuyos choferes antes visitaban a Amanda. La plaza en la que los niños juegan los domingos. La plaza que luce un gran cartel en el que se lee el nombre con el que todos estuvieron de acuerdo: “María Amanda”.

Plaza “María Amanda”.

Plaza “María Amanda”


Redacción: Rocío González Fotografía: Agustina Lombardi